Plaqueta y ya

Antes "Verde Plaqueta" (aunque todavía es verde); antes antes "Documentando mi pasado, pa' que haya constancia" (aunque todavía lo documento, y todavía es pa' que conste).

domingo, enero 18, 2009

Edemege I: La Anexa (1997/98)

1997

En la Anexa tomé el taller de carpintería. Yo no quería, pero ahí me mandaron. Y ps no estaba taaaan mal, por lo menos no era "estructuras metálicas" ni "bordados y tejidos". Me aguanté.

El profe era bigotón como Pedro Infante, pero no tenía un gramo de encanto ni carisma, y era un borrachazo. Cada clase se quedaba organizando fólders o escribiendo o paseando por la escuela (¿viajes clandestinos al baño para beber de su pachita?): todo menos enseñarnos el-noble-oficio-de-Yísus. Tons nosotros ni nos acercábamos a la herramienta y nomás nos quedábamos "chacoteando" (nominación al mejor verbo de la Lengua Española). Me gustaba hablar con Brisa, una chica que más bien era un huracán, y que por lo tanto corrieron de la escuela luego luego. Entonces me empecé a llevar con un grupillo que, en las clases normales, estudiaba en el salón de junto. Entre ellos se encontraban Guevara, el Aguacate, Solano y, eternamente cabuleado y golpeado y bajado a chivo (¿no les parece el "chistecito" más baboso del mundo?), Edemege.

Edemege tenía cuerpo de perita, la cara barrosa, el pelo chino y una media sonrisa entre que tímida y tierna y maliciosa. El apodo salió de su suéter, porque en el pecho tenía bordadas sus iniciales en tamaño gigantografía: EDMG. El mote se le quedó, con nada se lo quitaría, me cae que ni yéndose a otro país.

Al principio me pareció muy totopo, y creo recordar que también llegué a burlarme de él en tono unga-bunga, como sus compañeritos. Pero ya para finales del segundo año me había dado cuenta de que era un protocinéfilo, protomelómano, protoenciclopediaconpatas y protoerudito, un güey encabronamente inteligente, agridulce-amargoso y con mucho sentido del humor. Hicimos gran gran GRAN GRAN amistad.


1998

El miércoles-a-las-6-PM se convirtió en mi momento favorito de la semana: hora de estar con Edemege. Los 110 minutos se nos iban como agua, plátique y plátique mientras el profe crudeaba en su escritorio. Aunque una vez afirmó "qué bueno que mataron a esos pinches indios patarrajada de Acteal" (Edemege, no el profe), yo lo seguía queriendo tremendamente (a Edemege, no al profe).

A veces hablábamos por teléfono por horas y horas, yo desde la Santa María la Ribera, él desde la Pensil, los dos sabiéndonos entrañables e inseparables forever and ever.

Cuando terminamos la secundaria, yo tuve uno de esos "Cuadernos de dedicatorias". Se lo dejé un par de días, y escribió con letra abigarrada y garrapatosa uno de los textos más chingones y llegadores y releídos de mi vida. Pegó con yures una pequeña su foto tamaño infantil de la credencial, donde salía cachetón y sonriente y saludable y tremendamente bondadoso.

Leo la dedicatoria, veo su carita en blanco y negro, y se me hace un nudo en la garganta. Porque está lejos, porque ya es otro, porque Edemege murió y ahora es un TRIUMFADOR llamado Ernesto Medina.



"Continuará" (siempre quise decir eso).

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